La Redención


LA REDENCIÓN es incuestionable que la cruz es el punto central del cristianismo histórico. Sí, la muerte de Cristo es el foco de atención de todo el canon de las Escrituras. Tanto la Ley como los Profetas apuntan hacia este punto en la historia mientras los evangelios y las cartas reconocen su centralidad y se esmeran para discernir las implicancias que tiene en los hijos e hijas de Dios. El apóstol Pablo manifiesta lo mismo en su carta a la iglesia de Corinto, “Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a este crucificado” (1 Corintios 2:2).

1240 Florencia Italia.

La tierra fue sumergida en la oscuridad por causa del pecado de Adán y sus descendientes. Todavía no habían pasado diez generaciones desde Adán “Y se arrepintió Jehová de haber hecho hombre en la tierra” (Génesis 6:6). A pesar de la santidad de Dios, y la inclinación excesiva del hombre hacia el mal, el Señor concibió un plan para rescatar a la humanidad de la esclavitud del pecado con el cual se había enredado, totalmente entregado a su deseo de vivir separado del Creador.

Dios escogió a Abraham y posteriormente a Israel para llevar a cabo su plan de redención, “Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra” (Génesis 12:3). Sin lugar a dudas Jesús fue el cumplimiento de la promesa que Dios le hizo a Abraham de bendecir a las naciones. Jesús fue el medio mediante el cual la promesa de Dios a los patriarcas se hizo realidad. La muerte de Jesús fue la solución del Creador para rescatar a la humanidad de la maldición y de la esclavitud del pecado y restaurar la comunión con el Creador, de la cual el hombre había sido alienado por milenios.

La cruz tiene la preeminencia en el plan redentor de Dios debido a que a través de la cruz la humanidad es completamente redimida de la maldición de Adán. La maldición del pecado es derrotada y la comunión con el Padre es restaurada. El hombre ya no vive bajo el peso y la vergüenza del veneno del pecado ni del temor de la retribución inevitable. La cruz es el evangelio, es la buena nueva que nació del amor y la misericordia inmensurables del Padre, “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” Romanos 5:8.

La muerte de Jesús trae reconciliación con el Creador porque mediante su muerte los pecados del hombre son expiados, sus pecados son quitados y perdonados. Pablo manifiesta que los seres humanos fuimos justificados o restaurados en nuestra relación con Dios y redimidos (hechos libres mediante el pago de un rescate) porque Dios puso a su Hijo como “propiciación” (Romanos 3:25). La palabra griega para propiciación es hilasterion (ἱλαστήριον). Hilasterion es un palabra asombrosa que tiene varios significados. Primero, la obra de Cristo fue expiatoria: Es decir que su muerte quitó nuestros pecados, los cuales fueron transferidos al Hijo de Dios. Segundo, la obra de Cristo fue propiciatoria, es decir, como resultado de que los pecados fueron quitados, la ira de Dios fue desviada de la humanidad y colocada sobre su Hijo. También vale la pena mencionar que hilasterion es la palabra griega que significa “propiciatorio” (ver Hebreos 9:5 o Éxodo 35:12 (Septuaginta)), la tapa de oro que cubría el arca del pacto. Es allí donde los pecados de Israel eran expiados a través de la sangre de un becerro que se salpicaba en el día de la expiación. Ese era el lugar preciso donde Dios había dicho que se reuniría con Israel, “Y de allí me declararé a ti, y hablaré contigo de sobre el propiciatorio, de entre los dos querubines que están sobre el arca del testimonio, todo lo que yo te mandare para los hijos de Israel” (Éxodo 25:22). ¡Jesús de manera real personifica el propiciatorio! (Ver también Juan 20:12).

El arca del pacto (Éxodo 39). Madera grabada, publicada en 1886.

El regalo de Dios para el mundo costó un precio terrible. La oscuridad y la vergüenza que habían descendido sobre la tierra desde la época de Adán serían expiadas a través del sacrificio del Hijo de Dios, Jesús. Jesús literalmente cargaría en su cuerpo con la maldad y la vergüenza del hombre (1 Pedro 2:24) y recibiría la retribución correspondiente (Romanos 3:25). Jesús literalmente “tomó el lugar” o fue un “sustituto” de los hijos y las hijas de Adán. Tomó los pecados del hombre así como la retribución inevitable por causa de esas transgresiones, “Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados” Isaías 53:5.

Supongamos que está en la corte delante del juez, donde está siendo juzgado por un asesinato, por un crimen que cometió. El fiscal expone el caso del estado en su contra. La evidencia es abrumadora. Entonces el juez lee el veredicto: “culpable” y la sentencia: “muerte”. La culpa y el terror se apoderan de su alma. La agonía lo invade. El veredicto es verdadero pero la restitución es imposible y sin sentido. Mientras lo llevan a la horca, una persona en la corte sale en su defensa y dice, “Yo seré condenado en cuenta de él. Yo sufriré por sus crímenes para que él salga libre”. El juez consiente y el inocente es condenado para que el culpable sea liberado. Así es la misericordia que fue concedida a todos quienes invocan el nombre del Señor con fe y arrepentimiento.

Monasterio de Santa Catalina del siglo octavo, monte Sinaí, Egipto.

La cruz trae libertad de la esclavitud del pecado y de la condenación subsiguiente. También nos hace libres de las acusaciones y el poder del adversario. Debido a que “el acta de los decretos” fue “clavada en la cruz” (Colosenses 2:14), nuestro adversario ya no tiene ninguna “evidencia” que pueda usar, la que de otra manera seria suficiente para culparnos y condenarnos justamente. Dios logró y completó mediante el sacrificio de su Hijo su plan para rescatar a la humanidad (del pecado, la muerte y el diablo), “Consumado es” (Juan 19:30).

Los seres humanos que no se hicieron beneficiarios de la cruz (mediante la fe) deben presentarse ante Dios en base a sus propios méritos. Sin el respaldo de la obra de Cristo, el hombre está bajo la condenación justa de Dios y esa es una posición que ningún hombre de la tierra puede soportar, “¡Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo!” (Hebreos 10:31).

En resumen, la muerte de Cristo logra la reconciliación con Dios debido a que el pecado es quitado (expiación), la retribución es desviada (propiciación) y las acusaciones de Satanás quedan invalidadas debido a que las “evidencias” de nuestras transgresiones fueron eliminadas. Dios no solo quita nuestras iniquidades, sino que imparte su misma naturaleza a quienes ponen su fe en él. El hombre redimido se convierte en una “nueva criatura” que lleva la imagen del Hijo de Dios y es sellado con la marca de su nuevo Señor (2 Corintios 5:17-21, Efesios 1:13).

Artículo de Sky Cline